Enrique González Pedrero y Julieta Campos

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¿POR QUÉ ENRIQUE GONZÁLEZ PEDRERO Y JULIETA CAMPOS?

Enrique González Pedrero y Julieta Campos fueron seres humanos excepcionales, rara avis. Ella, escritora de culto y militante de izquierda, no aceptaba que el mundo fuera imperfecto por injusto y violento: tenía la sensibilidad a flor de piel y así escribía sus novelas y sus críticas literarias y así, también, vivía e imantaba lo que iba tocando. Para Julieta Campos, la ética y la estética debían prevalecer sobre cualquier argumento y debían imponerse como curso de vida. De ellas habría de emanar la armonía entre las partes y el todo: la belleza que es, también, necesariamente, verdad y bondad o no es. Ningún programa político y ningún interés personal habrían de imponerse sobre esa tríada.

Escribió novelas inolvidables sobre mujeres que sienten y sintiendo, se ponen en movimiento y transforman el mundo que las rodea. Lo escribió y lo encarnó: durante su estancia en Tabasco, fue Julieta Campos quien creó, en los años ochenta, el Laboratorio de Teatro Campesino e Indígena que ha sido, quizás, la experiencia más potente y entrañable de colaboración cultural y social entre las comunidades del sureste de México; apoyó siempre el proyecto de los centros integradores que nació en esos mismos años, sumando a su concepción inicial el poder transformador de las bibliotecas y la creación artística: el espíritu antes y después de las cosas. La formación cívica no era, para Julieta Campos, un añadido ni una lección impuesta sino una condición de paz que habría de surgir desde abajo y desde adentro de los pueblos y las comunidades, para extenderse a todo el país.

 

Eligió a Enrique González Pedrero como su compañero de vida: de toda la vida, desde que se conocieron como estudiantes de posgrado en París. Aquel joven volvería a México para convertirse, durante la segunda mitad del Siglo XX, en uno de los grandes intelectuales de la izquierda democrática del país y en uno de los políticos más apreciados y queridos en la historia de su natal Tabasco. Como universitario, hizo nacer la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM —que era una escuela—, acompañó al rector Ignacio Chávez en la defensa de la autonomía universitaria en los aciagos episodios de 1966 y se impuso la obligación de participar en la transformación democrática del país. Invitado por Jesús Reyes Heroles, le acompañó en el diseño de la reforma política de 1976 e intentó —desde aquellos años y varias veces— combatir la cultura política autoritaria y vertical del viejo PRI,  mediante la formación cívica de quienes militaban en ese partido, hasta que le fueron cerradas todas las puertas. 

 

La obra de González Pedrero como gobernador de Tabasco —de 1983 a 1988— fue emblemática y ha llenado miles de páginas: un gobierno de izquierda en un país que giraba ya hacia la derecha, que acuñó un lema que se volvería célebre muchos años después (por el bien de todos, primero los pobres) y que propuso y logró la organización de las comunidades rurales más pobres y vulneradas de la entidad, en centros integradores autogestionados y cohesionados al margen de los partidos políticos: una escuela permanente de formación cívica y ética, inspirada en el respeto a las tradiciones y la cultura de los pueblos originarios y animada por la experiencia de los hospitales-pueblo de Vasco de Quiroga, que modificó para siempre la concepción de la democracia participativa y la participación democrática ciudadana en ese archipiélago mexicano. 

 

Los libros escritos por Enrique González Pedrero y Julieta Campos son clásicos en nuestras bibliotecas de formación cívica y cultura política democrática: del primero, Riqueza de la pobreza marcó el sentido y el contenido de aquellos centros integradores; Una democracia de carne y hueso, escrito después de aquella experiencia, es un testimonio de lo que sí puede suceder en el país cuando hay formación cívica y compromiso democrático; y, más tarde, —y entre muchos otros libros fundamentales— País de un solo hombre. El México de Santa Anna, acabaría siendo una referencia invaluable para entender y combatir el poder vertical construido sobre las ruinas y la ambición personal. De Julieta Campos, nadie comprometido con la igualdad en México puede ignorar su ensayo emblemático: ¿Qué hacemos con los pobres?. 

 

La obra y las aportaciones de ambos ameritan mucho más que este breve recuento. Pero en estas líneas hemos querido explicar las razones para inscribir sus nombres en un instituto dedicado a la formación cívica y democrática, con un compromiso vital por la igualdad social y la garantía plena de los derechos fundamentales que protegen a las personas más vulnerables y, también, para crear conciencia entre las élites, los partidos, los sindicatos, las organizaciones sociales, las comunidades, las colectivas, entre un largo etcétera de brazos entrelazados, desde abajo y desde adentro.

Misión

Nuestra misión es contribuir a consolidar la convivencia democrática en México, por medio de la promoción de los valores cívicos y democráticos en todos los sectores de la sociedad, educando y formando ciudadanos y ciudadanas que se involucren activamente en los asuntos públicos que les atañen, valiéndose de las instituciones y las leyes.

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